08 junio 2008

Llegó el fantasma de las "Tiendas París"

Por fuera se despliega como un gigante, una enorme estructura cuya blancura intimida a más de uno. En la esquina de Dorrego y la cancha de polo se impone. Las vecinas lo conocen. Es, como tomar mate a la mañana, ya parte de su vida cotidiana. Sin embargo, al ingresar a la planta baja del complejo comercial que alberga al hipermercado Jumbo, la sensación de vacío es inevitable. 

De los 39 locales que solían ofrecerle al consumidor variadas opciones en gastronomía, indumentaria y tecnología hoy quedaron solamente tres: los de Musimundo, Farmacia Portofino y Dulce Carola. “Como en la ley de la selva, sobrevivió el más fuerte”, señala una empleada del local de música. Entre las luces y el rojo brillante de la conocida marca se encuentra entre escondida y refugiada otra empleada. Por fin aparece en escena: “Pero nadie nos asegura que no vaya a cerrar”, dice, mientras apila unos CD como quien ordena con desgano los cubiertos después de lavarlos; sus movimientos apresurados dejan entrever cierta preocupación y enojo acumulados.

Al entrar en la farmacia, una vendedora que brilla solamente por sus pantalones plateados, nos dice con un acento francés impostado: “Este es el nuevo Givenchy, ange ou démon”. El pasillo está vacío. En contraste con la situación general, las paredes desnudas exhiben un slogan: “Muy pronto llega a Portal lo que esperabas”. Estas palabras dejan tras de sí varias incógnitas: ¿qué llega?, ¿cuándo?

“Esto es la muerte”, dice la señora del puesto de diarios ubicado en el sombrío estacionamiento. Parece que hace un esfuerzo al hablar, su voz ronca se hace aún más ronca, ¿será de soledad? Seguramente que sí. La observa un empleado un con uniforme azul sobre el que se puede leer: “El Portal”.

-Lo único que sabemos es que lo que estamos construyendo se llama Tiendas París y que es algo parecido a Falabella- dice con un tono entre divertido e indignado por lo absurdo de la situación. Con respecto al segundo interrogante, los empleados cuentan: “Nos dijeron que eran ocho meses, de los cuales ya pasaron dos”. Como en un cuento de Borges el tiempo parece un eterno presente, detenido, esperando algo o a alguien.

Esta situación caótica y desconcertante deja al menos a algunos empleados en una situación ventajosa, los changueros: “Nosotros estamos mejor, tenemos mucho menos trabajo”, aseguran sonriendo tímidamente. Los dos hombres de camisa blanca transitan por el estacionamiento, y entre el polvo se los confunde con dos sombras.

Tiendas París, un ambicioso proyecto que resuena en el vacío de aquellos pasillos blancos, Tiendas París.

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