La diosa Kali |
Hay algunas relaciones humanas que por lo menos en su comienzo, y después también, si no se le saben buscar la vuelta, son políticamente escabrosas.
Pueden verse, digamos como relaciones peligrosas o al menos amenazantes. Porque, por ejemplo, yo estoy de acuerdo que pueden pasar algunas cosas en la familia, como cuando la nena presenta a su chico.
Pero las que me pasaron a mí, se pasan de la raya. Vaya una nota como catarsis.
Porque esta familia de mi novia es un tanto especial. Por empezar la jefa del hogar, es Móni Argentina, tiene dos hijos y un gato: Señor Franello. Mi chica y su hermano: chuky San. Una amiga viviendo con ellos.
Periodista, como la jefa del hogar, Pitonisa; como ella sola, librera y con su propia gata: negra y aprendiz de bruja.
Todo eso conviviendo en un dos ambientes, en el que si me descuido cabe un solo gato y gracias. Pero, dicho sea de paso se las ingenian para convivir sin muchas alteraciones. Entre ellos al menos, teniendo en cuenta las peticiones de silencio. Dos o tres vecinas, tiraron la bronca por ruidos molestos. Ejem, les gusta la música.
Todo eso era su normalidad atípica hasta que llegué yo, a complicar las cosas. Así que observando un poco el panorama, no me iba a ser tan fácil, el asunto. Y no lo fue. Bueh, también mi chica, me presentó de una manera un tanto particular y nunca reparó en el posible soponcio de su madre, ergo mi futura suegra. A la cual no quería ver muerta de entrada, al menos, mientras tuviera que mediar con el padre de la nena y hasta que la nena cumpla al menos 18 años.
Resulta que la madre, regresaba al hogar dulce hogar. Después de la jornada laboral, con la previa de haber ido a retirar a su hijo menor del colegio. Con lo cual apareció en casa, arrastrando al más chico con sus caprichos, su mochila en un hombro, la bolsa con sus chiches (del que es inseparable) en el otro hombro. Una bolsa en cada mano y otra más en el antebrazo, de las compras del súper y las llaves en los dientes. Y sí. Se veía un poco tragicómica. Creo que para que se den una idea se parecía a la versión dromedario 2010 o versión porteña de la Diosa Khali; la de los ochos brazos, versión Palermo Viejo.
Así llegó y era evidente concluir, que todo el trayecto lo había hecho así en aras de no perder ni el equilibrio ni nada de todo lo que traía consigo. Sobre todo al que traía a la rastra: su hijo menor, mi futuro cuñadito. Dejarlo suelto podría convertirse en una cuestión de estado, por el peligro nacional que conlleva su libertad. Era inevitable la carcajada; pero por relaciones diplomáticas resolví guardar la compostura y las apariencias. Hoy que ya pasé por algunas pruebas familiares, puedo sonreírme un poco al menos.
En ese estado de marras, la nena, su y mi nena le presentó a su yerno, osease: yo.
Y…si, la imagen era para asustar a cualquiera. Apenas se le abrieron las puertas de su casa; dicho sea de paso aclaro, pertinentemente, que por una cuestión de cerraduras la puerta se abre por dentro. Y después del timbre número 300, la hija se encontró preparada y en condiciones, conmigo al lado, para abrirle y presentarnos en un mismo acto.
Supongo que apelaba al factor sorpresa como forma de apelación a cualquier reacción maternal imprudente. Como por ejemplo: echarme a patadas. Conclusión el primer efecto fue que logró enmudecer a mi suegra y lo que es peor a Chuky San.
Ambos se miraron alternativamente antes de devolvernos la mirada y se interrogaron mudamente: ¿y este quién es? Chuky San se preparaba con su propia artillería. Patadas teledirigidas, escupitajos y la amenaza contundente y previa: no sé quién sos pero mi hermana es mía.
Mi novia no ayudaba mucho, su cara parecía que venía de vuelta de tomar sol de un volcán. En un hilo de voz susurró, creo que ni ella misma se escuchaba, mamá-hermano menor les presento a mi chico. Lo que siguió después fue que las bolsas se precipitaron al suelo de una, demostrándome, una vez más, la eficacia de la ley de gravedad. Que, con o sin bolsas, mediante, se viene cumpliendo inexorablemente. Pensé que mi futura suegra seguía camino al suelo, solo para seguir reafirmando aquel postulado, de todo aquello que subió, bajo, con lo cual, con venia para yerno o no, le acerqué la silla para que el desmayo fuera menos terrible y el impacto con el suelo no la afectara más de lo que estaba.
Mientras tanto el hijo menor de la family, hacía un paneo nada tranquilizador sobre mi persona.
De repente en una de esas salidas espontáneas, tipo arranques que le suelen agarrar a mi novia, no dejó que se recuperara del todo su madre y la arrastró de un brazo a la habitación. Para hablar de cosas de mujeres, supongo.
Así que así fue como me quedé en el living brazos en jarra, de hombre a hombre, con el que sería mi futuro cuñadito. Con lo cual, dada su estatura y la mía, 1 metro 94, me sentía Gulliver en el país de los pigmeos o era de los enanos.
Si como novios éramos altisonantes, en cuestiones de altura, imagínense a yerno y cuñado juntos. Uno era exactamente el cuarto del otro. Reconociendo a mi compatriota masculino, en el fondo somos todos iguales desde pichones nomás, y recordando mi vida como hijo, saqué de mi campera, la última fórmula uno que me quedó de la infancia.
Se le iluminaron los ojos y creo que pensó en la última vez que le pegó su madre, con tal de no darme el gusto de una sonrisa. Pero cuando creí que ya lo tenía empaquetado, digo, perdón, solucionado, me salió con un martes 13: Todo bien macho, pero que te quede en claro que mi hermana es mía.
En fin, creo que más allá de que sobreviví a conocer a la familia de mi novia, lo que sigue después de ser el chico de mi chica, es idear nuevas estratagemas de conquistas y mientras me las anoto, escribir el manual del yerno perfecto o en su defecto: como sobrevivir a la presentación de la familia de tu novia…
Por, Morocha Urbana, transcribiendo los pensamientos de su querido y amado Yerno
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