Versión cinematográfica de Orgullo y Prejuicio, clásico de Jane Austen abordado en la jornada de ayer |
Sobre nada más y nada menos que amor hablamos ayer quienes tuvimos la dicha de presenciar el festival Romántica Buenos Aires. Con periodistas de la talla de Canela y Flavia Pittella como fieles guías, tuvimos la fortuna de entrar en ese mundo al que muy pocos acceden: la literatura, donde acaso calmamos nuestra sed de historias donde la pasión es protagonista.
Existe en el inconsciente colectivo esa certeza de que ellos nos conquistan por un solo motivo: llevarnos a la cama. Nosotras, en cambio nos enamoramos. Ellos quieren sexo...nosotras queremos amor.
Pero, lo cierto es que los hombres también se enamoran. ¡Y cómo! Pensemos en los grandes poetas, todos ellos hombres: William Shakespeare, Pablo Neruda, Oliverio Girondo...Con destreza y ternura expresaron los sentimientos más puros y viscerales hacia esas musas que los volvían locos de amor. Chicas, no todo está perdido. Creamos en el amor.
Pero, lo cierto es que los hombres también se enamoran. ¡Y cómo! Pensemos en los grandes poetas, todos ellos hombres: William Shakespeare, Pablo Neruda, Oliverio Girondo...Con destreza y ternura expresaron los sentimientos más puros y viscerales hacia esas musas que los volvían locos de amor. Chicas, no todo está perdido. Creamos en el amor.
Desde que te conozco, hay un eco en cada rama que repite tu nombre; en las ramas altas, lejanas; en las ramas que están junto a nosotros, se oye.Se oye como si despertáramos de un sueño en el alba. Se respira en las hojas, se mueve como se mueven las gotas del agua.
Clara: corazón, rosa, amor...
Junto a tu nombre el dolor es una cosa extraña. Es una cosa que nos mira y se va, como se va la sangre de una herida; como se va la muerte de la vida.
Y la vida se llena con tu nombre: Clara, claridad esclarecida. Yo pondría mi corazón entre tus manos sin que él se rebelara. No tendría ni así de miedo, porque sabría quién lo tomaba. Y un corazón que sabe y que presiente cuál es la mano amiga, manejada por otro corazón, no teme nada.
¿Y qué mejor amparo tendría él, que esas tus manos, Clara? He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde...y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río...
Clara: Hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre.
Gracias Flavia Pittella por acercarme esta carta y con ella, una sana esperanza.
¡Gracias, Cleopotraza!
¡Gracias, Cleopotraza!
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